Labios resecos, cortados y duros por la sed, entreabiertos y
arreglándoselas para rebuscar un poco de aire. Inhaló con mucho esfuerzo lo que
creyó que sería su último pedazo de este mundo. (Un par de dedos finitos, con esmalte zarzamora cascado, treparon por
los pantalones azules y se trabaron con solidez a la tela dura. Al mismo
tiempo, una mano rozó la oreja a la que esos dedos pertenecían, y esa nariz
respiró.) No precisó cerrar los ojos mientras evocaba uno de sus más
preciados recuerdos porque sus músculos no le permitían mantenerlos abiertos. Sus
pensamientos ya eran borrosos, no se entendían. Al final no hubo nada, ni una
línea de tiempo frente a su mirada, ni luz. Nada, cero. El final fue
simplemente eso, un cierre, una conclusión vacía. Fin.