10.11.12


-No sé qué le diría igual, si me la encontrara…- dije, en un tono un poco ofensivo. Ahora me arrepiento de ello. Él ni parpadeó, ya me conocía, ya sabía que iba a reaccionar así. Y eso era algo que me enfermaba, me hacía querer seguir hiriéndolo. Pero no, él era inmutable, impasible ante todo.

Siguió haciendo las preparaciones mientras yo observaba desde mi posición. Quieta, sin moverme, como se me había dicho. Ya me estaba molestando la espalda, estar así de rígida era muy incómodo. Por eso lo apuré. -¿Ya estás terminando?-, le pregunté, en el mismo tono de antes. No me respondió. Eso me irritó un poco, y justo cuando iba a responder de una forma peor  -Listo. Ya te podés ir.-, concluyó. Una ola de nervios se deslizó por la boca de mi estómago y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Era la hora.
-¿Lista?- me preguntó. Asentí con un gesto de inquietud. Cerré los ojos. Sentí cómo mis células se descomponían en partículas y mi cuerpo se disgregaba para convertirse en nada.

O tal vez no, a lo mejor fue simplemente mi imaginación. Ahora que tengo tiempo para razonarlo, no creo que sentir algo, cualquier cosa en ese momento fuera posible. Quiero decir que mis neuronas no eran neuronas sino átomos, no podrían transmitir nada a mi cerebro, que tampoco era, no era nada.

Desperté, como de un sueño. Mis sentidos tardaron en acomodarse, sentía un sonido agudo en mis oídos y el piso giraba. Un piso, si, un piso. El piso rojo. Entonces reconocí adonde estaba. En defecto, ese era mi piso. Quedé anonadada, el incompetente ese lo había logrado. No pude evitar sonreír como respuesta a su recuerdo, aunque sacudí mi cabeza bruscamente cuando me encontré haciendo lo que estaba haciendo. No importa. Lo que siguió fue que me di cuenta de que no tenía ninguna excusa para encontrarme ahí.

Me reincorporé lentamente y agudicé, o al menos intenté, el oído. Quería saber si estaba sola. No escuché nada. Sabía a qué venía, pero mi curiosidad siempre me ganó, la nostalgia me invadió. Me moví despacio y con precaución. Recorrí recordando muchos momentos vividos y no fui capaz de contener un par de lágrimas. “Tenemos un trabajo que hacer”, me dije a mí misma, tratando inútilmente de hacer que todas esas emociones desaparecieran. Entré a la habitación más grande, mi habitación. Mi susto fue inmenso al descubrir que al frente a la derecha había un bulto debajo del edredón que respiraba. En todo mi desconcierto no había atinado a reconocer que era de noche, todos dormían.

Yo respiraba agitadamente, como respuesta biológica a mi reciente sobresalto. Recordé, con gusto, que nunca nadie ni nada había podido despertarme, dormía “como un tronco” o así me habían contado tantas veces.

Recordé mi propósito y me afligí. “Encontrala, encontrate a vos y…” esas palabras resonaban en mi mente. Mi misión. Pero no, no quería que fuera así, y yo podía decidir sobre mi propia vida, o al menos eso pensaba. Pero nada importaba entonces.

Miré por arriba de mi hombro, atrás a la derecha y vi, por última vez, un bulto que respiraba debajo del edredón con una nota a su lado, volví a reconocer la enorme araña colgando del techo, y desaparecí.

“Encontrate” me habían dicho. No, las partículas que hace tiempo me formaron ya no existen, nada de lo que fui es parte de lo que soy ahora. Aunque ni yo me lo creo.

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