19.12.12

Terminé de leer el cuento del veneno de hormigas, me saqué los anteojos y me hice un rodete. Manoteé la tecla de mi lámpara y ví, por el canto de mi ojo, el rectángulo negro. Lo tomé entre mis manos y simplemente lo miré.
Pateé la mugre fuera de mi cama y apagué la luz. No se me ocurrió fijarme si esta vez había o no perfume de piloto. Me acomodé en mi posición diaria sin sentirme una persona distinta a la que se había acostado allí así la noche anterior y me dormí.