Amiga. Sí,
una de las mejores. De las más añejadas, moldeadas por los tiempos juntas y los
muchos proyectos inconclusos; por los tiempos de distancia y las anticipadas
reacciones de la otra. Una de las más queridas.
Seguramente
te preguntarás por qué no somos como antes. Por qué antes hasta un ‘hola’ era el
comienzo de inacabables risas. Pero ahora ya no alcanza. Ya no es suficiente. Ya
no, no ahora. Es que nunca hablamos del tema; es difícil abordarlo. Yo cambié,
no soy lo que era antes. Supongo que entendí cosas que me hicieron crecer, ser
más adulta. Nadie quiere cambiar así; por lo menos no yo. No quiero crecer. Quiero
ser neta e inmaculadamente feliz, aunque implique ser ignorante, no importa. Quiero
que en mis relaciones con la gente no existan los prejuicios. Quiero que todo
sea como antes. Cuando tenía 5 y un ‘¿querés ser mi amigo?’ era el comienzo de
infinitas horas de juego. Ahí sí que no te importaba nada un carajo. Ahí sí que
eras feliz sin importar qué. Ahí no te importaba el ‘qué dirán’. Hacías lo que
tenías ganas y eras lo mejor del mundo. Eras feliz, FELIZ. Sólo eso.
Me hubiera
gustado nunca haberme enterado de eso que me dijiste una tarde medio entre
risas escondiendo un sincero sentimiento de culpa, rencor e indecisión; un
pávido sentimiento de tener sabido que ibas a perder algo. Bueno, por lo menos
eso imagino yo. Porque desde esa tarde ya no sé en que pensás, ya no sé qué
decirte, como tratarte, nada. Todo, absolutamente todo es distinto sin importar
lo que se diga. Y, si. Es una lástima pero no me resigno, no quiero usar la
palabra ‘era’; eso sería de cobarde. Eso sería tirar la toalla. Entregarse con
los brazos abiertos a la bestia. YO NO.
“No hay notas equivocadas, es la siguiente la que
lo determina.”
-Miles
Davis.